Aunque «Jurassic World: el reino caído» sólo lleva un par de semanas en el cine cuando escribo esto, creo que para cuando lo leáis ya habremos pasado todos religiosamente por taquilla, atrapados en esa urgencia por ver el estreno de la semana antes de que llegue el próximo blockbuster.
Así que es probable que entre en el terreno de los spoilers. Prefiero avisarlo, aunque el argumento sea mínimo y todo lo que sucede esté telegrafiado desde bien lejos.
Cero sorpresas, señores. Y cero emoción.
Celebremos la existencia de esta nueva entrega de la saga de los dinosaurios por el hecho de estar firmada por un director español, J.A. Bayona. Esto tiene mucho mérito, puesto que demuestra que su personalidad, si la tiene, puede quedar igual de aplastada por la maquinaria de Hollywood que la de cualquier director estadounidense. Bayona me parece un turras, aunque sólo he visto «Lo Imposible», película melodramática, en el sentido más despectivo posible, sútil como un martillo pilón. Me quitó las ganas de ver cualquier cosa posterior suya. Aunque piqué con ésta, maldita sea.
Llegó el momento de ver el primer plano de Bryce Dallas-Howard a punto de llorar, mirando «emocionada» a no recuerdo qué, y pensé en que este truquito, con la música machacona a tope de fondo diciendo «emociónate», ya lo había usado en «Lo imposible» con Naomi Watts con los mismos resultados: suena falso.
Bryce Dallas Howard parece una muñequita de cera, carente por completo de personalidad pero sobrada de caras «intensas», que no dicen nada porque su personaje aún tiene que demostrar si tiene algo de profundidad. Entender sus decisiones cuesta un poco, más allá del «necesitamos que haga esto para que avance la película».
Chris Pratt tampoco tiene mucho con lo que jugar, su personaje parece vivir de las rentas del Starlord de «Guardianes de la Galaxia«. Ni siquiera se entiende muy bien la relación sentimental de los dos protagonistas, y menos aún el motivo de su ruptura. La charla que tienen en el bar antes de partir hacia la isla parece una broma, un borrador de guión que no se llegó a pulir porque a alguien se le olvidó. Dios mío. Qué vergüenza de diálogos. «No me dejabas conducir tu furgoneta«, dice ella. A no ser de que se trate de alguna metáfora sexual que se me escapa, esto es un desastre absoluto.
La aparición de Jeff Goldblum también nos recuerda cuál es la diferencia entre un guión bueno y otro que suena bien. Aquí Ian Malcom se expresa con dramatismo y palabras grandilocuentes, mientras que en la original se expresaba con sencillez. En «El Reino Caído», Ian Malcom «suena bien», pero sus palabras son completamente huecas. Las frases que quedarán para la historia son las de la película original, como «la vida se abre camino«, que ya dejó escrita Michael Crichton en la novela. Palabras sencillas y bien rodadas. Spielberg consigue que lo difícil parezca fácil. Comparémoslo con la grandilocuencia de Bayona, y no nos sorprendamos de que esta película parezca no tener vida. Talento para la parte técnica, un montón. Amor por los personajes: nulo.
¿Y lo de la niña-clon, el malvado que parece bueno al principio y el abuelo? ¿Por qué no importan nada esos personajes?¿Por qué el hecho de que la niña no sea la hija de la fallecida, sino un clon de laboratorio, nos afecta cero? Porque el personaje nos importa cero. Ningún personaje llama a la empatía en esta película. Ni siquiera el nuevo dinosaurio (otro) que se supone más amenazante aún aporta nada a la historia de la película ni a la mitología de Jurassic Park.
Me gustaría decir que al menos es un buen entretenimiento, pero es que ni siquiera es eso. El afán de trascendencia hunde cualquier posible acercamiento a lo que podría resultar un entretenimiento de serie B inflado con un presupuesto de serie A.
En ese sentido, si me das a elegir entre una entrega de Sharknado, con su sano cachondeo, y estos mundos Jurásicos que amenazan con perpetuarse en eternas secuelas, elijo a los tiburones.
Porque este Reino Caído ya se me ha olvidado.