Roma

¿Te gustan los dramas? ¿Te gusta ver películas que tratan sobre gente sufriendo? A mí no. Tiendo a evitarlos. Comedia, acción, ciencia ficción, musicales… bienvenidos son. Películas en las que sabes que los protagonistas llegan al mundo para sufrir problemas realistas… bien lejos, gracias.

Así que, ¿por qué me iba a poner a ver «Roma«? ¿Una película de dos horas y cuarto, en blanco y negro, sobre la vida de una sirvienta en el México de los 70…?

Probablemente se deba a una conjunción de buen marketing, unos cuantos podcasts deshaciéndose en elogios y la posibilidad de verla en casa y no convivir con esa creciente falta de educación que detecto en los cines. Además, tras unas navidades de películas de presupuestos gordos y grandes aspiraciones comerciales, como que apetecía algo un poco más pequeño.

Al menos «más pequeño» en teoría, porque la cosa no deja de tener un ligero tufillo a producto perfectamente diseñado: película de director prestigioso, que tras arrasar en los Oscar con una película que me apostaría a que poca gente ha vuelto a ver («Gravity» sin el 3D es un poco del montón, ¿no?, ¿alguien se acuerda de ella?) regresa a una producción de perfil bajo, abiertamente artística y en su lengua materna. Un producto completamente anticomercial, protegido bajo el paraguas de una plataforma de streaming (necesitada de productos prestigiosos para demostrar que no sólo produce «Stranger Things» y similares), pero que no deja de ser una película para todos los públicos y bien sencillita en su argumento.

En la «Dirigido Por» de este mes hay un extenso artículo sobre la película, con entrevista al director incluída, y que da ciertas pistas sobre el germen de la historia. Recomiendo leerlo después de ver «Roma», para que la experiencia esté lo menos contaminada posible (y sobre todo porque te revientan los minutos finales).

Para mi sorpresa, este producto tan abiertamente ANTICOMERCIAL es una propuesta bastante blanda. Cierto es que hay ciertas desgracias personales, y algún momento duro, pero me da la sensación de que los momentos sórdidos de la historia están lo suficientemente dosificados para que no produzcan una incomodidad intolerable al espectador. Incluso el momento probablemente más triste de las andanzas de la protagonista, un plano secuencia que no detallaré para no dar pistas sobre la historia, está rodado de tal manera que uno no deja de ser consciente de que está viendo un esfuerzo artístico, un plano secuencia de gran complejidad, o cual te puede desconectar de la supuesta dureza de la historia. Realismo, sí, momentos históricos algo duros, sí, pero tampoco nos pasemos. (O quizá yo esperaba algo más duro, algo en plan Lars von Trier haciendo sufrir a Bjork en «Bailando en la Oscuridad«, no sé).

Alfonso Cuarón es un director impresionante, y lo demuestra en cada plano. Tras haberla visto una vez, estoy seguro de que volveré a verla. Hay tanto que aprender de cada plano, cómo encuadrar, iluminar y, sobre todo, coreografiar a un montón de personajes moviéndose en un mismo espacio, que un solo visionado no es suficiente. En la entrevista del «Dirigido por», Cuarón dice que daba instrucciones a los actores, individualmente, que a veces eran contradictorias, para así crear caos en el rodaje. Y me lo creo, porque cada vez que filma a los críos jugando en casa nos da una lección de realismo que da hasta un poco de asquito de lo bien filmado que está.

Las dos horas y cuarto, a pesar de necesitar subtítulos para entenderse bien, sólo usar música diegética y no hacer grandes alardes expresivos, se pasan volando. Se podría decir que la película es, aparentemente, lenta, pero el zorro de Cuarón no deja de inundarnos con información nueva en todo momento, a veces de manera casi desapercibida. Ojo a los diálogos, cada frase tiene algo. Esta película no puede verse con el móvil en la mano y dándole al whassap.

Se nos llena la boca llamando «obra maestra» a cosas diferentes que aparecen en nuestro radar cultural, y a «Roma» se le está aplicando mucho el término. Sí creo que es una interesante película, y que merece mucho la pena verla, más allá de condicionantes externos a la propia obra, pero no creo que pase a la historia del cine. El año pasado ya nos la coló Guillermo del Toro con «La forma del agua«, y este año lo parece estar haciendo su amigo Alfonso Cuarón con «Roma».

https://www.youtube.com/watch?v=fp_i7cnOgbQ

Aquaman

A Warner no le gustan los superhéroes

Anoche ví «Aquaman», y antes de ponerme a escribir sobre ella preferí dejarla incubar.

Cuando uno se da una comilona, y come con rapidez porque no dejan de sacarle platos, la cantidad puede producir una sensación de satisfacción engañosa.

Así que hoy, tras dormitar la película y revisar los posos que ha dejado, me doy cuenta de que no ha dejado prácticamente nada. Nada. Y aún así…

«Aquaman» me ha parecido la mejor película del universo superheróico de DC desde que empezaron con «Man of Steel» hace años ya. Ni «Justice League», ni «Escuadrón Suicida», ni siquiera una sobrevalorada «Wonder Woman» me parecen películas dignas de un segundo visionado. «Aquaman» juega en la misma liga, pero al menos no es pretenciosa ni juega la baza de tener una protagonista femenina para ganarse el favor del público. (En serio, «Wonder Woman» no pasaba de ser una película correcta, y a James Cameron le dieron cera por decirlo).

A Warner parecen no gustarle los superhéroes, o por lo menos al cerebro que toma las decisiones sobre las películas superheroícas no parece importarle el género. Allí donde Marvel está creando películas para sobrevivir al paso del tiempo, y que dentro de unos años unas cuantas seguirán mereciendo revisitarse, Warner está creando un Universo DC que, pasado el fuego de artificio de la campaña publicitaria, cuanto más lejos mejor. Películas chicle de usar y tirar. Personajes cliché intercambiables que sólo sirven a una trama, no son el motor de ella, y te importan un carajo. El Flash de la Liga de la Justicia era un petardo, sobre todo comparado con el de la serie de televisión, admitidlo de una vez… Oh, espera, no puedes opinar porque no te acuerdas de él.

Las decisiones de casting superheróicos en Warner son una castaña, mas allá de Henry Carvill. ¡Hasta Ben Affleck ha sido Batman! El exmarido de Jennifer López, por dios.

Como muestra un botón: según luce Aquaman en los cómics, el actor que hace de villano, Patrick Wilson, hubiera tenido un aspecto más apropiado para el personaje. Rubio, facciones agradables, buen actor… y Jason Momoa hubiera sido un malote, un villano de turno.

Pero los tiempos modernos demandan otra cosa. O eso debe pensar alguien en Warner. Así que ahí tenemos a Jason Momoa, simpático pero poco más, llevando el peso de una película que han definido como el «Blockbuster definitivo«, el estreno gordo de temporada que parece incluírlo todo. Está Avatar, Tron, El señor de los Anillos, Indiana Jones… Madre mía, hay de todo, y te lo van metiendo por el gaznate sin darte un respiro.

Por haber, hay hasta unos momentos de comedia romántica que dan verdadera vergüenza ajena, momentos entre dos personajes tan moñas y cutres que hasta Ernst Lubitsch ya huía de ellos cuando hacía películas hace casi cien años. Cien años. Y seguimos volviendo al «me tropiezo-casi me caigo- él me coge«. ¿En serio? Qué dice eso sobre la opinión que el director o el guionista o quien sea tiene sobre el espectador? Me dio la sensación de que lo que dice es: «Tienes diez años, físicos o mentales«. Hasta esa basura infecta que es «Venom» maneja mejor la relación entre los protagonistas.

Momentos que ofenden por ridículos pero que se olvidan fácilmente, porque enseguida la cosa se pone en marcha de nuevo, y hay explosiones, y tollinas bien repartidas, y todo muy bien rodado, oiga. Hay una escena en Italia que da gusto lo bien rodada que está, con persecuciones que se entienden y unos movimientos de cámara que molan. Aunque el mejor momento, el único poso que se me ha quedado, es el descenso a «la fosa». Ahí , con apenas música, y un sonido aterrador, el director saca músculo y nos da una escena memorable e inesperada para ser una película de superhéroes. Eso sí que me pareció oscuro de verdad. Y un indicio de que Aquaman tenía potencialmente dentro de sí otra película mejor que no ha podido ser. El océano da para contar historias oscuras y lovecraftianas, si te pones (incluso hay un guiño a H. P. Lovecraft ). Esperemos que en la ya anunciada secuela lo exploren un poco más.

El siguiente paso de Warner es hacer una película de superhéroes que apetezca volver a ver. Esperemos que con el fichaje de James Gunn, que tan bien lo hizo con sus «Guardianes de la Galaxia», la cosa mejore.

¿De qué iba Aquaman? Pues ya ni me acuerdo, la verdad. Habia muchos peces.

El regreso de Mary Poppins

Volví a ver «Mary Poppins» hace una semana, consciente de que es una película Disney de mi infancia y, por lo tanto, mi recuerdo de ella está distorsionado y, probablemente, enriquecido por la nostalgia.

Canciones, dibujos animados y Julie Andrews. Vale, estoy preparado. Supercalifragilísticoespialidoso. Vale también.

Dirigida por Robert Stevenson en 1964 (hace más de medio siglo, oiga), uno de los hombres de confianza de la compañía (su filmografía está llena de títulos de imagen real de Disney, incluída «La Bruja Novata«, otro de esos clásicos que cualquier día recuperarán), «Mary Poppins», la original, la película que según IMDB dura más de dos horas, se pasa en un suspiro. De hecho creo que IMDB debe estar equivocada, porque esa película no parece llegar ni a los 100 minutos.

Enseguida escribo sobre la continuación, pero dejadme explicar un par de cosas antes sobre la antigua, que me sorprendieron, y mucho, para bien:

Es rápida. Rapidísima. No se para a dar explicaciones (muy Mary Poppins), los personajes aceptan la ruptura de la realidad sin más ni más, el realismo mágico se lanza a la cara del espectador, y si no entráis al juego mejor abandonad la película, porque avanza sin miramientos. Los personajes van de una situación a otra con un ritmo que se me hizo modernísimo. No hay tiempos muertos, ni pausa para la reflexión. Al menos hasta el último tercio de la historia, cuando llega la parte dramática de los problemas laborales del señor Banks. Pero, ese momento aparte, hasta una película de superhéroes se esfuerza en ser más realista hoy en día (vale, sin contar «Aquaman«, sobre la que escribiré otro día).

Julie Andrews y Dick Van Dyke están impresionantes. Él puede resultar algo bufonesco, quizá sobreactuado, pero tiene un carisma inmenso. Y Julie Andrews, además de tener unas facciones perfectas, que transmiten mucho con muy poco esfuerzo, se mueve de una manera que te deja alucinado. El director ya puede mantenerla bailando en plano general lo que haga falta, porque es elegantísima. No recordaba que Julie Andrews se moviera tan bien. Él, además, parece de goma, hecho con efectos especiales.

«Mary Poppins» no es solo una película antigua y bonita de Disney, es una obra maestra llena de aciertos, con grandes actores y un guión muy divertido, que no ha envejecido nada mal (¡La madre es una sufragista! Ese tema, y cómo se trata la relación con su machista pero bienintencionado marido, me pareció un elemento algo subversivo para tratarse de, simplemente, una película infantil…).

Redescubrir «Mary Poppins» con los ojos de un adulto ha sido una sorpresa inmensa, dejando muy altas las expectativas a la hora de ver la continuación.


Así que, ¿qué tal «El Regreso de Mary Poppins«?

Dura algo menos que la original, unos diez minutos menos, y aún así parece más larga. Hay algún número musical que contribuye a que la experiencia sea un poco más densa, aunque eso parece una demanda de los estrenos gordos de hoy en día, que todos deben pasar de las dos horas, y además notarse. El espectador debe pagar una entrada más cara de lo que era hace unos años, pero se le compensa por ello en cantidad. Los números musicales de la original duraban lo justo, quizá hasta un poco menos. Aquí duran, o parecen durar, un poco más.

Como continuación han sido super-mega-increíblemente respetuosos con la original. Vistas con una semana de separación, se aprecia el esfuerzo de producción para que todo parezca una parte del mismo universo: los escenarios, la luz, el vestuario… Algo que a Disney se le da por supuesto, esa excelencia en los medios de los que disponen. Ese es uno de sus valores de marca. Lo damos tan por supuesto que puede pasarse por alto el talento que hace falta.

Igual que la original, arranca sin demasiada justificaciones. Así es el universo de Mary Poppins, y punto. Daba un poco de miedo que, como signo de los tiempos, intentaran justificar un poco más el elemento mágico. Pero no hace falta. Los guiones de las dos películas podrían haber salido de las mismas manos. Casi. Es una sensación muy gratificante, aunque habrá que ver cómo lo aceptan los críos de hoy en día, los que juegan al Fortnite y esas cosas que ya empiezan a escapársele a un señor mayor. ¿Podrá el poder de Disney lograr el consenso de diferentes generaciones? Está por ver, y tengo curiosidad por saber lo que piensa un niño de 10 años hoy en día.

Rob Marshall, el director, tiene cierto prestigio como director de musicales en teatro y cine, que para mí es capaz de lo mejor y lo peor (hizo «Chicago«, pero también «Nine«). Sus películas siempre lucen bonitas, sean buenas o no. Pero no me gusta nada cómo monta sus números musicales. Estamos ante un director moderno, que busca dar a su película un ritmo moderno, y eso al parecer implica montar con mucha edición, y mucho cambio de plano. Muy «videoclipero«, en resumen. «El regreso de Mary Poppins» abunda en esta característica.

Supongo que un espectador al que no le gusten tanto los musicales agradecerá esta edición acelerada, pero es que a mí me gusta ver a la gente bailar. Me hubiera gustado poder apreciar los numeros musicales, poder ver a Emily Blunt dar más de dos pasos seguidos en el mismo plano. Ver a esos faroleros bailar en plano general durante unos segundos más.

En el número musical de «No juzgues a un libro por su portada» (o como se llame en castellano) me preguntaba si en algún momento vería a Emily Blunt bajar más de dos escalones en el mismo plano, y creo que no pasa. La sensación con la que salí del cine es que no había visto a gente bailando de verdad, sólo teniendo unos espasmos muy rápidamente montados unos detrás de otros. Como si no se hubieran aprendido los bailes enteros, sólo lo que tenían que hacer en cada plano. En la original ves a Julie Andrews y Dick Van Dyke enlazar pasos de baile, ves a unos bailarines en acción. Aquí la sensación es la de ver a actores haciendo el esfuerzo de parecer bailarines tras unos meses de entrenamiento.

Excepto el caso de Lil- Manuel Miranda, el coprotagonista de la película, que goza de bastante fama en Broadway. El tío baila bastante bien y se lleva bastantes planos de la película. ¿La pega? No tiene carisma.

Lil_Manuel Miranda

Este señor puede funcionar como secundario, tener algunos momentos simpáticos, pero poco más. Es blando, anodino, y puede pasar tan desapercibido como unas canciones que funcionan bien pero se te han olvidado al salir. Ni siquiera la «Trip a little light fantastic» se te consigue quedar. Y no creo que sea una cuestión de que las de la original llevan años sonándonos, como he oído argumentar en algún podcast, y estas nuevas sólo han sonado dos semanas. Si una canción está bien se te queda al instante. Creo que la última gran canción de Disney ha sido el «Let it go«, que se te pegaba sí o sí, maldición. De estas nuevas ni una, sólo rascan algo de emoción cuando suenan notas del score original. Un esfuerzo notable pero no memorable.

Un actor con poco carisma, un montaje algo cansino y unas canciones simplemente funcionales son los únicos puntos negativos de una película que se agradece ver en el cine, que incluso recupera animacion tradicional (hábilmente mezclada con un disimulado uso del ordenador) y que tiene momentos tiernos, un buen guión, homenajes maravillosos al cine de Disney con el que hemos crecido varias generaciones y una Emily Blunt con actitud de «no hay otra actriz mejor para este papel«.

Y es que esta señora parece poder hacer lo que sea, y quien haya visto «Al filo del mañana» sabe a lo que me refiero.

https://youtu.be/o6u5-2CPHPc?t=85


En resumen: ¿Pasará a la historia como una gran película?. No lo creo. Disney está tirando de éxitos pasados para mantener en marcha su conquista de la taquilla (secuelas, versiones en imagen real…) pero ninguna tiene la suficiente entidad como para hacerse un hueco en la memoria del espectador. Aún así, ¿merece la pena verla en el cine? Por supuesto.


«Los Increíbles 2»

Decir que «Los Increíbles 2» era una película esperadísima suena a obviedad. Brad Bird , el director y guionista de la primera, dejó bien claro hace tiempo que habría secuela, pero que no tenia prisa por hacerla. Lo cual nos dejaba en el optimista territorio de «La hará cuando la idea mole, y si no, no«.

Partiendo de esto, y sumando el hecho de que sus otros trabajos como director han sido entre notables y sobresalientes: «Ratatouille», «Misión Imposible: Protocolo Fantasma» y «Tomorrowland«, no cabía esperar menos que una excelente película del verano. (Y antes de todas éstas ya había parido «El gigante de hierro«, la que quizá sea su mejor obra. Hasta Spielberg la ha homenajeado en «Ready Player One«)

Hablar de técnica en Pixar resulta hasta un poco cansino. Las escenas de acción son espectaculares, la iluminación te deja sin habla, y la expresividad de los personajes sigue yendo más allá cada vez. Hay un salto técnico impresionante entre la primera parte y ésta, separadas por unas cuantas películas y 14 años de refinamiento tecnológico. Lo del ceño fruncido de Bob Parr, Mr Increíble, es para dedicarle una sola entrada en un blog de animación. Qué expresividad, madre mía.

Las escenas de acción son vertiginosas, impactantes, mucho más allá del hecho que estén hechas por ordenador. Creo que sólo Misión Imposible puede superarla este verano en ese sentido. La habilidad de Brad Bird para «mover» la cámara y meterte de lleno en la acción es de aplaudir. Lo de Elastigirl deteniendo un tren en marcha es como para desear que este señor dirija alguna película de Marvel ya mismo, y de Spiderman a poder ser.

Pero si pudiera parecer que son las escenas de acción el fuerte de una película dedicada a personajes con poderes, ojo a la cantidad de tiempo que el metraje dedica a conversaciones entre personajes. Brad Bird no se corta un pelo a la hora de meternos en una discusión de pareja el tiempo que nos haga falta, o en una charla con tintes femenistas entre la protagonista y una empresaria. Las opiniones son adultas, las reacciones lógicas y los diálogos muy jugosos. Mucho más, creo, que en la primera parte.

Esto no quiere decir que la película me haya parecido mejor que la primera, si es que son necesarias ese tipo de comparaciones entre una obra original y su secuela.

¿Mejor? ¿Peor?. ¿Qué sentido tiene comparar experimentar una obra original a la que nos enfrentamos por primera vez, sin ideas preconcebidas, con experimentar una continuación a la que ya vamos con todo un ejercicio previo hecho? No estoy seguro de que sea un ejercicio muy fructífero, y casi que me parece más valioso comparar secuelas de películas diferentes entre sí.

Por ejemplo, enfrentar «Monstruos University» a «Los Increíbles 2«, puesto que me parecieron experiencias muy similares con respecto a las originales: secuelas apabullantes a nivel técnico, dignas secuelas en las que los personajes siendo fieles a lo establecido en la primera parte, pero en las que el mensaje queda algo diluído a favor de hacer algo más entretenido y menos denso. Tanto «Monstruos University» como «Increíbles 2» creo que siguen unos patrones similares, que incluso comparten con «Buscando a Dory«. Son secuelas notables, en las que se juega con personajes cuyas historias ya se contaron en unas sobresalientes primeras películas, y cuya vida se intenta prolongar algo artificialmente.

Eso no quiere decir que no haya un gran talento detrás, que lo hay y se nota. Pixar lo hace bien. Lo hace sólido. Merece la pena pagar la entrada. Es sólo que las experiencias resultan menos impactantes.

Por una parte, la película parece un poco fruto de su tiempo, con todo el tema de la reivindicación feminista por medio. (Muy bien llevado, eso sí). Y por otro lado, los personajes sufren una pequeña involución: «Los Increíbles» acababa con la sensación de que los superhéroes habían sido aceptados de nuevo por la sociedad, que la familia Parr por fin había recuperado su equilibrio y que serían felices para siempre combatiendo el mal como una familia unida.  Sin embargo, «Los Increíbles 2» se ve forzada a recular un poco para tener algo más que contar sobre esta familia. (Y no voy a dar más detalles para no reventar nada).

Cuando salí de ver la primera parte, la escena en la que Dash corre sobre el agua, su primera vez usando sus poderes sin reprimirse, se me quedó en la cabeza grabada. Hasta que pude volver a verla la semana siguiente y confirmé que se había convertido en una de mis escenas favoritas de la historia del cine.

¿Te suena exagerado?. No lo creo.

Ojo a cuando Dash abre los ojos, (minuto 2:48 del vídeo que enlazo abajo), la música baja y sólo oímos sus pies chapoteando, luego la música vuelve a subir y él se ríe, y acelera. Ojo a ese momento, porque lo tiene todo: no sólo es una escena espectacular a nivel técnico, cómo juega con todos los elementos visuales y sonoros. Además es un punto de inflexión en el personaje, su eclosión como superhéroe. La risa de Dash es puro gozo, y le confiere una vitalidad que resulta difícil de imaginar en un personaje generado por ordenador. Es un momento espectacular que además está cargado de significado. Resultado : se te graba a fuego.

https://youtu.be/xFRn5LfoSuU?t=50s

En la segunda parte he echado de menos algún momento así de memorable, por mucho que todo lo que tiene que ver con Jack Jack te hace troncharte de risa.  Los personajes no evolucionan tanto como en la primera, y tienen mayor peso las andanzas superheróicas. Se trata más de una sucesión de acciones espectaculares alternando con gags de la vida casera de personas con poderes. No estás tan metido en la psicología de los personajes,  no estás tan implicado con la situación de la familia Parr, por lo que resulta más fácil de olvidar lo que has visto a la salida del cine. Todo muy bonito, pero la película de referencia seguirá siendo la primera.

Aún así, lo que hace Brad Bird con esta secuela es increíble, claro.

El Hombre Hormiga y la Avispa

«Ant-Man» fue una película que no llegó con la mejor de las publicidades en 2015, puesto que el director inicial, Edward Wright, tuvo que abandonar el proyecto tras desavenencias con Kevin Feige y el resto de la cúpula de Marvel Studios.

Reemplazado por Peyton Reed, en principio un director menos respetado por el cinéfilo medio, nada hacía presagiar que el resultado final iba a ser una película entretenida y con personajes carismáticos, empezando por un Paul Rudd acertadísimo como protagonista. El resto del reparto, con Michael Douglas, Evangeline Lilly y, sobre todo, un Michael Peña divertidísimo, estuvo a la altura y dio un nivel mayor de lo esperado a lo que parecía iba a ser un componente más del grupo de películas fallidas de Marvel («Thor: el mundo oscuro», «Hulk» e «Iron Man 2»).

Michael Peña

«Ant-Man y la Avispa«, mezclando nombres anglosajones y traducciones de la forma más tonta posible, y repitiendo director y reparto, se sitúa unos años después de la primera parte, con Civil War de por medio, contando una pequeña historia, intrascendente y ligera, en la que la mayor apuesta probablemente sea la posibilidad de que Scott Lang (Paul Rudd) pierda la oportunidad de compartir tiempo con su hija. Si comparamos esto con el destino del universo puede parecer poquita cosa, y el insípido tráiler no daba tampoco muchas esperanzas. Hasta el momento Hello Kitty sonaba a repetición de uno de los gags más celebrados de la primera parte, con el trenecito de juguete gigante.

Imagen del primer tráiler de «Ant Man y la Avispa»

Y, sin embargo, esa falta de expectativas ha acabado jugando a favor de la película.

El resultado es una comedia con elementos fantásticos que combina un buen sentido del humor con unas escenas de acción bastante interesantes, en las que los juegos de cambio de tamaño son impactantes. Hoy en día estamos acostumbrados a ver cualquier cosa posible recreada por ordenador, así que, creo, la clave está en que te importe lo que está pasando y en dónde pones la cámara para mostrar esa «cualquier cosa posible». Y aquí se cumplen ambos requisitos con notable alto.

Porque Paul Rudd mola, eso es indiscutible. Un tipo de protagonista muy diferente a Steve Rogers o a Tony Stark, muy humano, muy «colega con el que te irías de fiesta«, el tipo que se arrastraba en «Virgen a los 40» echando de menos a un «amor perfecto» que duró dos meses.

«Virgen a los 40»

Y como Paul Rudd mola y es un personaje falible, del que te crees que las cosas le pueden salir, al menos, regular, te preocupa lo que le pase. Además, ni siquiera es el personaje que se lleva la parte del león en cuestión de efectos especiales y superpoderes, ya que la «Avispa» de Evangeline Lilly es quien realmente reparte una buena ración de tollinas en la película, y quien tiene las mejores escenas.

Qué bien está contado todo, con qué buen gusto y sin que la historia pierda importancia cuando entra en juego el departamento de efectos especiales. Ojo al talento que hace falta para hacer esto,  que puede pasar desapercibido.

Quizá en algún momento se eche de menos algo de personalidad, pero el clasicismo con el que está contada la historia se agradece. La acción se entiende en todo momento, y encima no roba protagonismo al constante tono de comedia y a unos secundarios en los que no voy a profundizar, porque resulta mejor ir reencontrando a los que vuelven y descubrir a los nuevos.

Esta película parecía que iba a ser una cosa pequeña, un aperitivo entre macro-estrenos de  películas de los Vengadores, y sin embargo ha resultado ser más grande de lo esperado. Creo que va a pasar como con «Ant-Man», parecía que no, pero cada vez que la empiezas a ver te la comes con patatas hasta el final.

Por si os quedan dudas y no la habéis visto, este tráiler moló más que el primero:

 

 

Jurassic World: El Reino caído

Aunque «Jurassic World: el reino caído» sólo lleva un par de semanas en el cine cuando escribo esto, creo que para cuando lo leáis ya habremos pasado todos religiosamente por taquilla, atrapados en esa urgencia por ver el estreno de la semana antes de que llegue el próximo blockbuster.

Así que  es probable que entre en el terreno de los spoilers. Prefiero avisarlo, aunque el argumento sea mínimo y todo lo que sucede esté telegrafiado desde bien lejos.

Cero sorpresas, señores. Y cero emoción.

Celebremos la existencia de esta nueva entrega de la saga de los dinosaurios por el hecho de estar firmada por un director español, J.A. Bayona. Esto tiene mucho mérito, puesto que demuestra que su personalidad, si la tiene, puede quedar igual de aplastada por la maquinaria de Hollywood que la de cualquier director estadounidense. Bayona me parece un turras, aunque sólo he visto «Lo Imposible», película melodramática, en el sentido más despectivo posible, sútil como un martillo pilón. Me quitó las ganas de ver cualquier cosa posterior suya. Aunque piqué con ésta, maldita sea.

Llegó el momento de ver el primer plano de Bryce Dallas-Howard a punto de llorar, mirando «emocionada» a no recuerdo qué, y pensé en que este truquito, con la música machacona a tope de fondo diciendo «emociónate»,  ya lo había usado en «Lo imposible» con Naomi Watts con los mismos resultados: suena falso.

La brasa (luego abre los ojos)

La intensidad (luego cierra los ojos)

Bryce Dallas Howard parece una muñequita de cera, carente por completo de personalidad pero sobrada  de caras «intensas», que no dicen nada porque su personaje aún tiene que demostrar si tiene algo de profundidad. Entender sus decisiones cuesta un poco, más allá del «necesitamos que haga esto para que avance la película».

Chris Pratt tampoco tiene mucho con lo que jugar, su personaje parece vivir de las rentas del Starlord de «Guardianes de la Galaxia«. Ni siquiera se entiende muy bien la relación sentimental de los dos protagonistas, y menos aún el motivo de su ruptura. La charla que tienen en el bar antes de partir hacia la isla parece una broma, un borrador de guión que no se llegó a pulir porque a alguien se le olvidó. Dios mío. Qué vergüenza de diálogos. «No me dejabas conducir tu furgoneta«, dice ella. A no ser de que se trate de alguna metáfora sexual que se me escapa, esto es un desastre absoluto.

La aparición de Jeff Goldblum también nos recuerda cuál es la diferencia entre un guión bueno y otro que suena bien. Aquí Ian Malcom se expresa con dramatismo y palabras grandilocuentes, mientras que en la original se expresaba con sencillez. En «El Reino Caído», Ian Malcom «suena bien», pero sus palabras son completamente huecas. Las frases que quedarán para la historia son las de la película original, como «la vida se abre camino«, que ya dejó escrita Michael Crichton en la novela. Palabras sencillas y bien rodadas. Spielberg consigue que lo difícil parezca fácil. Comparémoslo con la grandilocuencia de Bayona, y no nos sorprendamos de que esta película parezca no tener vida. Talento para la parte técnica, un montón. Amor por los personajes: nulo.

¿Y lo de la niña-clon, el malvado que parece bueno al principio y el abuelo? ¿Por qué no importan nada esos personajes?¿Por qué el hecho de que la niña no sea la hija de la fallecida, sino un clon de laboratorio, nos afecta cero? Porque el personaje nos importa cero. Ningún personaje llama a la empatía en esta película. Ni siquiera el nuevo dinosaurio (otro) que se supone más amenazante aún aporta nada a la historia de la película ni a la mitología de Jurassic Park.

Me gustaría decir que al menos es un buen entretenimiento, pero es que ni siquiera es eso. El afán de trascendencia hunde cualquier posible acercamiento a lo que podría resultar un entretenimiento de serie B inflado con un presupuesto de serie A.

En ese sentido, si me das a elegir entre una entrega de Sharknado, con su sano cachondeo, y estos mundos Jurásicos que amenazan con perpetuarse en eternas secuelas, elijo a los tiburones.

Porque este Reino Caído ya se me ha olvidado.

 

 

El hombre que mató a Don Quijote

La última película de Terry Gilliam está rodeada de un halo mítico que no debería entrometerse demasiado a la hora de valorarla.

Los años que lleva este hombre intentando rodarla, y las variadas dificultades por las que ha pasado, están recogidas en el documental «Lost in la Mancha«, para curiosidad de los más cinéfilos.

Pero, más allá de ser conscientes de que presenciamos el producto final de un largo periplo para el director, ¿merece la pena?. Las críticas han sido dispares, con lo cual, si no eres un fan completista de la obra posterior de los ex-Monty Phyton, quizá ni te plantees ir a verla.

Terry Gilliam, director

 

Es lógico dudar, no se trata de una película fácil, ni creo que sea redonda en el sentido de cierra-la-trama-perfectamente-y-da-al-espectador-lo-que-desea. Sin pretender despreciar a las películas-pasatiempo (he visto tres veces Avengers: Infinity War, para que me entendáis), esto es otra cosa. Terry Gilliam usa a Don Quijote como punto de partida para hablar de la realidad y la fantasía, entrando en un juego que no funciona en algunos momentos, haciéndose larga, pero que resulta siempre interesante. Algunas imágenes, producto de una destreza artesana, resultan especialmente bellas por su fisicidad en esta época de poderío digital.

Adam Driver resulta un excelente protagonista, y parece estar más a gusto en este tipo de productos que haciendo de jovencito Jedi confuso (recordemos su interpretación en «Midnight Special«), y Jonathan Pryce es un Don Quijote al que no le puedo poner ningún pero (al nivel de que no le pondrías ningún pero a John Wayne haciendo de vaquero).

Hasta Jordi Mollá como mafioso ruso, quien por momentos puede bordear el ridículo con un personaje que tiende al exceso, resulta convincente en una reflexión posterior, y cuenta con un Hovik como secundario que resulta una agradable sorpresa, con esa mezcla entre poderío y ternura que necesita su personaje. Lo de Óscar Jaenada no lo tengo tan claro…

Tras 18 años tratando de rodarla…aquí está

«El hombre que mató a Don Quijote» tampoco resulta tan profunda como algunos momentos especialmente densos pueden sugerir, y tiene un notable sentido del humor que hace más llevadera la posible desorientación que puede asaltar al espectador. Me ha dejado con ganas de verla una segunda vez para apreciar ese juego entre la fantasía y lo real que se da durante toda la película.

Así que si la cuestión final es ¿merece la pena ir a verla al cine antes de que desaparezca en un verano multifranquicia de películas ligeras?. Pues sí, claro. No es «El Rey Pescador» o «Doce Monos«, pero las imágenes son potentes, la historia te obliga a permanecer activamente atento y encima verás las posibilidades cinematográficas que tienen los paisajes españoles.