20 años de sitcoms entrelazadas nos contemplan.
Un amigo guionista, mucho más avispado que yo para esto de las estructuras audiovisuales, me dijo hace años que «Sálvame» era la gran sitcom española: escenarios fijos, personajes regulares, invitados que iban y volvían, mucho diálogo, y tramas y subtramas que se entrelazaban. Y mucha mucha inventiva para estirar el chicle.
Y ahora que se anuncia la salida de Paolo Vasile de Mediaset como consejero delegado, creo que es justo reconocerle su importancia en todo este entramado: una forma de hacer televisión que ha hecho historia.
El señor Vasile llega en 1999 a Telecinco. Y con él empieza el reinado de la telerrealidad. «Gran Hermano» (año 2000) y todo lo que ha venido después. Vasile (antropólogo de formación) y su equipo parecen saber entender, año tras año, qué es lo que realmente quiere ver el público. O al menos el mínimo común denominador que es capaz de congregarlos frente a la pantalla. Un enfoque que se extendió por todo el horario de la cadena y acabó fagocitando a Cuatro.
Como no conozco las interioridades de Mediaset, no sé hasta qué punto las decisiones son suyas o de la gente que le rodeó. Ni siquiera si está importando un modelo de televisión que ya se hacía en Italia. Pero juguemos a la metonimia. Es durante «el reinado de Vasile» cuando germinan todos estos programas que marcarían la televisión en España y la cultura popular, y nutrirían la prensa rosa de nuevos protagonistas, dando el relevo generacional a las Isabeles Preysler y similares.
¿Tendríamos un «Masterchef» o un «Lazos de Sangre» en La Primera sin la existencia del Telecinco de Vasile? ¿O los talent shows familiares de Antena 3? Si uniéramos los puntos, de profesional a profesional, de formato a formato, creo que la relación estaría tan clara como si la hubiera demostrado Benedict Cumberbatch en «Sherlock».
Importando formatos, adaptándolos o creándolos, el Mediaset de Vasile da forma a un universo coherente, que se retroalimenta y regenera a necesidad. Ríete de los universos cinematográficos de Marvel y DC, esto sí que es una verdadera cosmogonía de personajes: Mercedes Milá, Jesús Vázquez, María Teresa Campos, Jorge Javier y Belén Esteban son nuestros Vengadores patrios. «Los Intocables» de Vasile. Luego hay otros añadidos más recientes. Pero son personajes más crepusculares, que no dan muestra del mismo carisma que tenían unos Intocables que no parecían mancharse con cuestiones mundanas. Los personajes originales habitan un espacio estilizado, poco afectado por los eventos políticos o sociales que afectan al hombre de a pie. Porque incluso cuando la Esteban tenía un «bar favorito», ese bar estaba más cerca en nuestra mente del «Central Perk», un sitio imaginario que nunca podríamos visitar, que del local de Paracuellos del Jarama que se puede localizar en Google maps.
Quizá se podría cuestionar: «¿Y qué pasa con lo de la telebasura? Porque mucho elogiar esa gran obra de ficción de Vasile, pero los medios y la cultura popular la consideran telebasura«.
Una valoración tan despectiva y tan superficial me produce mucho recelo, sobre todo porque la historia ha demostrado que las obras necesitan tiempo y perspectiva para juzgarse de verdad. Tengo mucho problema, además, con juzgar como «superior» una forma de hacer televisión a otra. Quizá la ficción tenga un acabado más aparente , mejor luz, mejor sonido, guiones más «trabajados», pero al final todo se limita a lo mismo: nosotros, espectadores, gente sentada frente a la pantalla pasando el rato, entretenidos. Quizá algunas nos proporcionen una coartada cultural, pero creo que en el esquema general de las cosas, no son tan diferentes.
Una ficción tiene que entregar una hora a la semana. La telerrealidad tiene que producir horas y horas al día. Su fuerte no es la calidad concentrada en 60 minutos, es el recorrido en el tiempo que se pretende asimilar al real (y así producir esa ilusión de «realidad», de acompañamiento contínuo al espectador). En la telerrealidad prima esa ilusión de improvisación, de naturalidad. Y al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio, es todo exagerado y teatral. Tanto que me recuerda a esos tiroteos hiperestilizados del cine de acción de Hong Kong, con sus coreografías imposibles. Tanto que hace imposible que los vea como personas, convirtiéndose en personajes. Estos dos opuestos conviviendo, la teatralidad y la ilusión de realidad, me parecen necesitados de un estudio semiótico en profundidad.
¿Calidad? Recordemos el ejemplo más socorrido en estos casos: Shakespeare. El teatro isabelino tenía mala reputación, y se hacía con menos medios que el cortesano. ¿Y cuál ha sobrevivido y adquirido la categoría de universal?
Intentemos ver más allá de nuestra perspectiva limitada por el tiempo y el entorno, y escarbemos la superficie: unos cimientos han de ser fuertes si logran durar 20 años, albergar multitud de vecinos, sufrir contínuas reformas y sobrevivir a todo tipo de terremotos culturales.
Y reconozcamos el talento de Vasile y deseémosle una buena jubilación.
Gracias, maestro.
Nota: La wikipedia se refiere al showrunner como «el creador de una serie, la persona encargada del trabajo diario para, entre otros objetivos, dotar de coherencia los aspectos generales de la serie, elaborando la biblia de personajes, argumentos, temas y atmósferas a los que tienen que ceñirse los guionistas». Así que he estirado un poco el concepto de showrunner de una serie para referirme a showrunner de toda la cadena, pero creo que por repetición de personajes y temas, está justificado.