Vasile: el gran showrunner que hemos tenido en España

20 años de sitcoms entrelazadas nos contemplan.

Un amigo guionista, mucho más avispado que yo para esto de las estructuras audiovisuales, me dijo hace años que «Sálvame» era la gran sitcom española: escenarios fijos, personajes regulares, invitados que iban y volvían, mucho diálogo, y tramas y subtramas que se entrelazaban. Y mucha mucha inventiva para estirar el chicle.

Y ahora que se anuncia la salida de Paolo Vasile de Mediaset como consejero delegado, creo que es justo reconocerle su importancia en todo este entramado: una forma de hacer televisión que ha hecho historia.

El señor Vasile llega en 1999 a Telecinco. Y con él empieza el reinado de la telerrealidad. «Gran Hermano» (año 2000) y todo lo que ha venido después. Vasile (antropólogo de formación) y su equipo parecen saber entender, año tras año, qué es lo que realmente quiere ver el público. O al menos el mínimo común denominador que es capaz de congregarlos frente a la pantalla. Un enfoque que se extendió por todo el horario de la cadena y acabó fagocitando a Cuatro.

«¿Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?»

Como no conozco las interioridades de Mediaset, no sé hasta qué punto las decisiones son suyas o de la gente que le rodeó. Ni siquiera si está importando un modelo de televisión que ya se hacía en Italia. Pero juguemos a la metonimia. Es durante «el reinado de Vasile» cuando germinan todos estos programas que marcarían la televisión en España y la cultura popular, y nutrirían la prensa rosa de nuevos protagonistas, dando el relevo generacional a las Isabeles Preysler y similares.

¿Tendríamos un «Masterchef» o un «Lazos de Sangre» en La Primera sin la existencia del Telecinco de Vasile? ¿O los talent shows familiares de Antena 3? Si uniéramos los puntos, de profesional a profesional, de formato a formato, creo que la relación estaría tan clara como si la hubiera demostrado Benedict Cumberbatch en «Sherlock».

«¿Se puede unir a Shakespeare, Los Vengadores y a Belén Esteban en menos de seis pasos? Este artículo lo va a intentar.»

Importando formatos, adaptándolos o creándolos, el Mediaset de Vasile da forma a un universo coherente, que se retroalimenta y regenera a necesidad. Ríete de los universos cinematográficos de Marvel y DC, esto sí que es una verdadera cosmogonía de personajes: Mercedes Milá, Jesús Vázquez, María Teresa Campos, Jorge Javier y Belén Esteban son nuestros Vengadores patrios. «Los Intocables» de Vasile. Luego hay otros añadidos más recientes. Pero son personajes más crepusculares, que no dan muestra del mismo carisma que tenían unos Intocables que no parecían mancharse con cuestiones mundanas. Los personajes originales habitan un espacio estilizado, poco afectado por los eventos políticos o sociales que afectan al hombre de a pie. Porque incluso cuando la Esteban tenía un «bar favorito», ese bar estaba más cerca en nuestra mente del «Central Perk», un sitio imaginario que nunca podríamos visitar, que del local de Paracuellos del Jarama que se puede localizar en Google maps.

Quizá se podría cuestionar: «¿Y qué pasa con lo de la telebasura? Porque mucho elogiar esa gran obra de ficción de Vasile, pero los medios y la cultura popular la consideran telebasura«.

Una valoración tan despectiva y tan superficial me produce mucho recelo, sobre todo porque la historia ha demostrado que las obras necesitan tiempo y perspectiva para juzgarse de verdad. Tengo mucho problema, además, con juzgar como «superior» una forma de hacer televisión a otra. Quizá la ficción tenga un acabado más aparente , mejor luz, mejor sonido, guiones más «trabajados», pero al final todo se limita a lo mismo: nosotros, espectadores, gente sentada frente a la pantalla pasando el rato, entretenidos. Quizá algunas nos proporcionen una coartada cultural, pero creo que en el esquema general de las cosas, no son tan diferentes.

Una ficción tiene que entregar una hora a la semana. La telerrealidad tiene que producir horas y horas al día. Su fuerte no es la calidad concentrada en 60 minutos, es el recorrido en el tiempo que se pretende asimilar al real (y así producir esa ilusión de «realidad», de acompañamiento contínuo al espectador). En la telerrealidad prima esa ilusión de improvisación, de naturalidad. Y al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio, es todo exagerado y teatral. Tanto que me recuerda a esos tiroteos hiperestilizados del cine de acción de Hong Kong, con sus coreografías imposibles. Tanto que hace imposible que los vea como personas, convirtiéndose en personajes. Estos dos opuestos conviviendo, la teatralidad y la ilusión de realidad, me parecen necesitados de un estudio semiótico en profundidad.

¿Calidad? Recordemos el ejemplo más socorrido en estos casos: Shakespeare. El teatro isabelino tenía mala reputación, y se hacía con menos medios que el cortesano. ¿Y cuál ha sobrevivido y adquirido la categoría de universal?

Shakespeare tampoco fue a la Universidad, tranquilos.

Intentemos ver más allá de nuestra perspectiva limitada por el tiempo y el entorno, y escarbemos la superficie: unos cimientos han de ser fuertes si logran durar 20 años, albergar multitud de vecinos, sufrir contínuas reformas y sobrevivir a todo tipo de terremotos culturales.

Y reconozcamos el talento de Vasile y deseémosle una buena jubilación.

Gracias, maestro.

Nota: La wikipedia se refiere al showrunner como «el creador de una serie, la persona encargada del trabajo diario para, entre otros objetivos, dotar de coherencia los aspectos generales de la serie, elaborando la biblia de personajes, argumentos, temas y atmósferas a los que tienen que ceñirse los guionistas». Así que he estirado un poco el concepto de showrunner de una serie para referirme a showrunner de toda la cadena, pero creo que por repetición de personajes y temas, está justificado.

Más de mil días en Cicely

Tres años acompañados de «Doctor en Alaska».

«Northern Exposure», «Doctor en Alaska», esa serie de los 90 que no se puede ver en ninguna plataforma de streaming. Sin explicaciones oficiales al respecto, los fans teorizan sobre un tema de derechos respecto a las canciones de la banda sonora. El día que llegue a alguna plataforma preparaos para los cientos de artículos analizando cada capítulo, porque esta historia de realismo mágico está abiertísima a las interpretaciones.

La conocí ya empezada, gracias a un amigo que no se perdía ni un episodio, rastreándola por las guías de programación como un Predator. A pesar de que La 2 la emitió bastante malamente (no recuerdo si había un día definido o una hora fija, ni siquiera si se emitió en orden), logró esa maravilla romántica que se llama «status de culto«. Incluso en aquella época sin internet estaba claro que había una base fiel, y pequeña, de seguidores.

Una serie bastante diferente a todo lo que se emitía entonces, en ese reducto de cultura y buen gusto que era La 2. Y descubierta en la adolescencia: Qué más necesitaba para dejarme huella.

En 2019, mi pareja y yo empezamos a ver la serie a la antigua usanza: en DVD. Versión original con subtítulos, en formato 4:3, marcándonos el sábado noche como el momento de «Doctor en Alaska». No recuerdo la calidad del doblaje de la época, pero lo siento mucho por esos traductores y dobladores que tuvieron que adaptar diálogos tan extensos y con tantas referencias. En el subtitulado se cuelan algunos errores y traducciones que no respetan la intención original. Un poco regulera por ese lado la edición en DVD.

6 temporadas, con 110 capítulos en total. Y nos ha llevado 3 años verla. Así que nuestro propósito de «un episodio semanal» no se cumplió muy regularmente. Más bien un episodio cada 10 días.

No quiero hablar de la calidad de la serie, hay artículos de sobra al respecto. No voy a decir «es de lo mejor que se ha hecho«, huyamos de la constante hipérbole que tanto se hace en los blogs para incentivar el debate y que empieza a ser cansino. Solo recuerdo una experiencia similar, viendo «Los Soprano«: Capítulos densos y autocontenidos, de esos que te dejan saciados, que no necesitan acabar con un efectista «continuará». Cada episodio era una experiencia en sí misma.

Como no soy psicólogo ni neurólogo ni nada parecido, no tengo un marco teórico para reflexionar sobre cómo viven las nuevas generaciones las series que podrían marcar su infancia. ¿El modelo Netflix de «atracón de series» deja huella de igual forma? ¿Qué relación se establece con la ficción y sus personajes a medio/largo plazo si ves una temporada en dos días? ¿Se les coge el mismo cariño?

Esos atracones, además, parecen determinar rápidamente si una serie se renueva o no. «Sandman» se acaba de estrenar y ya se habla de si se cancelará la segunda temporada, en este agobio de las batallas de las plataformas de streaming. Y eso que es «Sandman», de la que tras ver el genial primer capítulo pensé «Vale, esta es de las de poco a poco«. Neil Gaiman lo ha conseguido, en mi opinión. El Sandman tan genial de los cómics está ahí, lo han logrado. Den a la audiencia tiempo de descubrirla, por favor. El primer capítulo me pareció una maravilla y quiero prolongar la experiencia semana a semana, quizá hasta alternándolo con releer los comics número a número. Si es fiel a los cómics, cada episodio, autocontenido, será algo que necesitará reposar y revisitarse.

«Doctor en Alaska» tuvo seis años para ir introduciéndose en nuestras casas con sus personajes, seis años acompañándonos, con pausas entre temporada y temporada, con tiempo para que los episodios anteriores crecieran en nuestro recuerdo. La sensación era que Cicely, el pueblo donde transcurre, seguía ahí, en alguna parte, hasta que la televisión nos dejara volver a ella. No había tanto making off y tanta información sobre los dramas entre bambalinas. Ahora nos bombardean con todo esto para mantener la conversación fresca en redes sociales. No has acabado de deglutir la experiencia de la ficción y ya te están mostrando cómo se hizo. Trato de evitar todos estos contenidos. Si la ficción es magia, vivimos en la era de la excesiva explicación del truco.

Tres años con Doctor en Alaska. Y aunque se les toma cariño a todos los protagonistas, creo que será difícil encontrar un personaje tan complejo como Maurice Minnifield, interpretado por Barry Corbin. Uno de los planos finales de la serie está protagonizado, muy significativamente, por él. Un plano de despedida que, en una experiencia audiovisual de 3 años, tiene un gran significado para nosotros como espectadores. Una carga dramática que se perdería si hubiera sido una experiencia de dos fines de semana.

Barry Corbin interpreta a Maurice Minnifield, exastronauta y millonario.

Quería dejar este artículo como testimonio de que, en medio del ruido, en medio de la pandemia, de lo ajetreado de nuestras vidas en la ciudad, encontramos un sitio donde refugiarnos, donde el tiempo parecía ir a otro ritmo. Y durante tres años Joel, Maggie, Maurice, Chris y los demás dejaron una marca en dos cuarentones como creíamos que hoy en día no era posible.

Ha habido temporadas mejores y peores, y la sexta temporada se resiente de alguna ausencia. Pero si nunca viste esta serie, y quieres probar algo cuya fama es merecida más allá del factor nostalgia, ahí tienes «Doctor en Alaska».

Pero poco a poco, sin ansia. Deja el móvil, ponte a cenar, y pon un capítulo en el dvd. Hay la bastante poca información en internet sobre la serie como para que no se rompa la magia.

Espero que nunca hagan la continuación que se vino rumoreando hace unos años, porque la serie no la necesita.

Y nosotros, como espectadores, tras 110 capítulos y un hermoso final con el tema «Our town«, tampoco.

Realidad Virtual, Aumentada, Metaverso y expectativas

Mi opinión tras un año estudiando en la U-Tad.

Empecé a formarme en las tecnologías de realidad virtual y aumentada hace un año en la U-Tad (los enlazo porque están bien, no hay patrocinio ni beneficio aquí). Lo hice porque me parecía un campo que, de cara a desarrollar contenidos audiovisuales (mi área de trabajo) tenía posibilidades muy interesantes.

La primera vez que probé unas Oculus Quest 2, la semana antes de empezar el curso, me sorprendió mucho la sensación de inmersión, pero no me pareció el gran cambio que se venía anunciando. Los menús básicos estaban bien, girabas la cabeza y la sensación de perspectiva era sobresaliente, y los mandos respondían en tiempo real. Pero nada destacable más allá del logro técnico. Eso sí, el concepto MOLABA.

Quizá no parezca la mayor motivación inicial para meterse en una intensa formación de un año, con programación y un montón de nuevos softwares, pero la última innovación en edición era el DaVinci, y ya lo había aprendido durante la pandemia. Así que este parecía el paso lógico.

Un mes después, habiendo hecho mis primeras prácticas con el software Unity e investigando el mundo de las aplicaciones disponibles en Sidequest, instalé un videojuego, Ancient Dungeon. Y ahí es cuando me convertí. Supongo que a cada converso se le aparece un santo en el momento adecuado, y mi santo fue este:

Ancient Dungeon VR no es un juego de una calidad gráfica notable, su gracia se basa en el aspecto retro y pixelado de toda la experiencia, pero es muy ágil y fluído. Entré en ese calabozo antiguo del título y todo cambió. Ahí estaba en el salón de mi casa a las 3 de la mañana, mientras mi pareja dormía, aún con el confinamiento muy presente. Y a la vez ahí estaba en el interior de una cueva, blandiendo una espada, girando esquinas con prudencia, cayendo por algún agujero y muriendo de vez en cuando. Exploraba un espacio que, de repente, era muy real.

Quizá viendo el vídeo de estética tan pixelada parezca raro hablar de realismo. Pero la sensación de inmersión, gracias al nivel técnico en el que estamos ya, es enorme. Golpeas con tu espada, corres, exploras… y todo en tiempo real.

Al día siguiente, trabajando, no podía dejar de pensar en la sensación de caminar por ese calabozo. En las ganas que tenía de volver a entrar ahí. Así que nada más acabar la jornada hice lo lógico: desinstalé Ancient Dungeon. Y decidí centrarme en las clases de la U-Tad. Sabía que si me enganchaba a otro juego, el curso se iba a quedar criando malvas.

A veces aún pienso en esa cueva pixelada, y en esa enorme espada con la que me abría camino, y en los personajes que me iba encontrando. He conseguido no engancharme a ningún juego desde el Arkham City, y quería mantener la racha.

Como el tema está tan de moda, he empezado a seguir a unas cuantas personas en linked in y medium, tratando de escuchar para hacerme una idea de por dónde va a ir todo esto. Y los últimos meses he llegado a unas cuantas creencias (susceptibles de evolucionar, espero):

-Las experiencias de realidad aumentada y virtual abren nuevos mundos, aunque sea a través de unas pantallas pequeñitas con mucha definición, pero lo hacen en nuestras mentes, que es lo que realmente importa. Esto parece un discurso de vendemotos, pero creo que cualquiera que se haya pasado un rato con las gafas y haya tenido una experiencia afín a sus intereses me dará la razón. Hay mucho petróleo que sacar ahí.

Nadie te puede explicar aún lo que es el Metaverso. Sí te pueden explicar lo que es el Metaverso según Facebook*, y hasta eso está en constante cambio, porque la empresa no parece tenerlo muy claro. ¿Un universo virtual persistente? Sí, pero… ¿para qué? ¿Ocio, trabajo, bombardearme con anuncios…? ¿Todo eso y más?

Se puede aprender la parte tecnológica: Unity, Unreal, otros softwares de desarrollo, las diferentes gafas, Oculus, Steam… y las diferencias entre Realidad Aumentada, Extendida y Virtual. Algo que me parece imprescindible para entender qué se puede hacer y qué no. De esto sí te pueden hablar en profundidad y hay mucha gente interesante que seguir. Youtube tiene una importante comunidad de creadores.

No hay secretos que desentrañar, porque aún estamos en medio de la construcción del misterio. Los cambios a menudo son lentos y subterráneos, escapando al análisis de los expertos. Los cambios gordos de verdad nos pillan por sorpresa. Youtube, por ejemplo, ha afectado a toda la industria de consumo audiovisual en los últimos… ¿diez años?, siendo una plataforma que nació en 2007. ¿Lo imaginaban al principio? Ni de coña. Los móviles eran mejores cuanto más pequeños, y de repente apareció el Iphone. Creo que hay que huir de tanta charla sobre el metaverso y dedicarse a construírlo.

Aún falta esa gran aplicación para dominarlos a todos, ese gran entorno que haga que todo el mundo quiera estar en el Metaverso. Facebook quiere ser el pionero, pero siempre con el negocio y los beneficios como puntos de partida. Y eso es una pena, porque seguro que lo hace menos atractivo. El Facebook original creció porque era un espacio limpio en el que encontrar a tus amigos y compartir (aunque estuvieran recolectando tus datos personales al fondo). Una aplicación supondrá el Big Bang de este nuevo universo persistente, pero está por aparecer. Por ahora solo tenemos multitud de experiencias aisladas de Realidad Virtual. (¿Os he dicho ya lo bueno que me parece Ancient Dungeon?)

Qué me gustaría : un Ready Player One. Si la has visto, sabes a lo que me refiero: un espacio libre, de todos, que no perteneciera a una sola empresa. Las marcas deberían esperar, y tratar de entrar en ese «Metaverso» una vez esté establecido. No tengáis prisa. No tengamos prisa. Una cosa es probar la Realidad Virtual y Aumentada, experiencias para esos nuevos gadgets. Pero dejemos al Metaverso nacer en paz. La perspectiva mercantilista debería esperar. Si Youtube hubiera empezado con los anunciantes, no lo usaría nadie. Pero se llenó de contenido por y para los usuarios antes de que te colaran el primer banner.

Por y para los usuarios.

Mi esperanza se basa en algunas de las personas que he conocido en la U-Tad, gente apasionada del tema, gente trabajando en diferentes áreas que ha sacado tiempo extra para formarse en todo esto. Gente con la que te juntas por Discord en vacaciones a las 7 de la tarde para hacer un filtro de Realidad Aumentada para móviles, porque nos apasiona el tema (y sacar buena nota).

La construcción del futuro Metaverso, con un poco de suerte, estará en mano de soñadores. Quizá esto suene sentimentaloide. Pero es que estos soñadores serán capaces de escribir código. Será cuestión de talento frente al teclado, y no de poderío económico. Así que respeto.

¿Y respecto a mis habilidades? Pues hasta ahora he hecho un juego en el que ordenas las películas de Indiana Jones de mejor a peor, un laberinto de pruebas de ortografía y una aplicación de móvil que te permite poner el Batmóvil en el suelo y ver información sobre el coche. No creo que ninguna de ellas sea el germen del Metaverso, pero empiezo a cogerle el truco a la parte técnica.

Para terminar: No sé el estado de desarrollo de Ancient Dungeon, puede que ya lo hayan publicado, pero creo que si le añadiesen la posibilidad de encontrarte otros usuarios explorando las cuevas, aquello podía convertirse en un nuevo World of Warcraft. ¿Me pasaría horas allí? Probablemente**.

*Hablo de Facebook y no de Meta, claro. Vamos hombre, no vayamos de modernos. Lo vamos a seguir llamando Facebook en la intimidad, aunque para las charlas serias y los textos vistosos usemos el nombre oficial.

**Voy a ser padre, así que quizá el tiempo que pasaría en Ancient Dungeon sería algo menor.

La película que salvó mi verano

Desde el comienzo de la pandemia se ha enrarecido todo lo relativo a los estrenos de cine. Películas retrasadas o lanzadas directamente en vídeo bajo demanda, otras estrenadas en cine y teniendo menos repercusión de la merecida…

Pero por fin empieza a haber algo de luz en el horizonte. Dentro de nada tendremos El Caballero Verde y el Escuadrón Suicida; en algún momento llegará Dune, quién sabe si a través de HBO o de la pantalla grande….Y seguro que hay más, pero así a bote pronto son las que más ruido están formando.

Las plataformas de streaming han sido la tabla de salvación de muchos, y no puedo dejar de insistir en las bondades de Filmin, con cuyos títulos «Otoño Tardío» y «Cuentos de Tokio» me he reconciliado un poco con la vida. Qué películas más hermosas, por dios.

¿La decepción gorda? Todo el Marvel Studios de Disney+, tres series alargadas hasta el exceso, repitiendo los males de Netflix con su Daredevil y el resto de los Defensores, ignorando una de las máximas del guión: entrar tarde y salir pronto. Loki ha sido una garantía de siesta fuerte todos los miércoles. Daba igual cuándo te durmieras, al despertar los protagonistas seguirían paseando con collarines por los pasillos de la agencia temporal.

«El Soldado de invierno y el Falcon» (porque «Halcón» no debe de estar en google translator) era una serie rodada sin ganas, con un discurso evidente e ineficaz al que algunos comparaban, no entiendo muy bien por qué criterio de pobreza cinematográfica, con el Arma Letal de Donner. No creo que ni un solo momento de esa serie se haya acercado al saber hacer de Donner, ni siquiera en los momentos más flojos de la tetralogía. Esta serie te hacía valorar más el trabajo de los hermanos Russo en las películas del Capitán América con los mismos personajes.

«Wandavision«, serie, en teoría, valiente y rompedora pero de forma muy superficial, solo sirve para confirmar que Paul Bettany, Visión, merece todo el reconocimiento del mundo. -Si te lo perdiste en «Destino de Caballero«, uno de los blockbusters veraniegos fallidos más interesantes que se han hecho, búscala en alguna plataforma-. Esperemos que Shang-Chi sea el entretenimiento delirante que prometen los vídeos vistos hasta ahora, y que Los Eternos tenga la grandeza que la obra de Kirby merece. Esperemos que Marvel nos recuerde por qué están donde están.

Sirva todo este preámbulo para situar un poco el momento como espectador que he estado viviendo: el audiovisual que se supone debía petarlo, no lo peta. Cosas como Mulán, Viuda Negra, La Guerra del Mañana…. Cine de gran presupuesto que se ha quedado en un gran meeeeeeeh y que ha ido directamente al olvido. Tenet fue esa película del año pasado que sí pero no, y no cambió la historia del cine como parecía que iba a pasar.

La que sí creo que se merecería su propio artículo es «Palm Springs«. En España creo que no se comió nada. Una película del estilo de «Atrapado en el Tiempo» que espero sea descubierta en los años venideros, porque no solo es una historia bien contada, es que, además, tiene un humor muy bestia en algunos momentos inesperados. Y es muy tierna a la vez, un equilibrio muy difícil.

Tampoco quiero que esto sea una queja contínua. Al menos, durante esta pandemia, he estado descubriendo joyas pasadas, de esas que nunca hay tiempo para ver porque requieren escabullirse un momento del aluvión de novedades. Se trata de películas muy interesantes, pero sin el impacto que un buen blockbuster con sus recompensas emocionales básicas te sabe dar.

Y es que echaba de menos ese CINE DE PETARLO.

Y un día descubrí que en Amazon Prime ya estaba Fast and Furious: Hobbs and Shaw.

Esta derivación de la saga principal, cogiendo dos o tres personajes para desarrollarlos en su propia historia me cogió totalmente por sorpresa. La saga original me aburre, mucho, muchísimo, y cada vez que Vin Diesel se pone serio e intenso, me quedo esperando que rompa, haga algún chiste autoconsciente y reconozca lo ridículo que suena. Pero nunca pasa, porque el tío se debe de creer que está haciendo Shakespeare con todo ese rollo de «La familia». Se aferra a su seriedad hasta parecer ridículo.

No sé si en estos grupos de tunning fiesteros de fin de semana tendrán la sensación de que están viendo algo profundo con las pelis de Rápido y Furioso. En mi mente, llena de prejuicios de cuarentón, pienso que sí, que se lo creen, que Vin Diesel les ha vendido la moto ( y el coche tuneado). Y solo ya por eso, la humanidad merece el exterminio. Pero no me desvío más.

Aquí, gracias a Dwayne Johnson y a Jason Statham, todo el rato con la media sonrisa canallita, haciendo bromas y metiéndose pullas, no hay nada de esa seriedad de cartón piedra. Son conscientes de lo que están haciendo, y se lo pasan bien. Está Vanessa Kirby, la princesa Margarita de The Crown, repartiendo tollinas también (más interesante que en Misión Imposible), y luego un Idris Elba en plan mega-macho pasadísimo de rosca. La película no da tiempo a pensar, aquí no hace falta mucha justificación porque ya sabes qué producto estás viendo.

Su falta de pretensiones artísticas, sus actores carismáticos hasta la naúsea, sus cameos (injustificados y divertidísimos) y su festival de chulería me han divertido más que cualquier otra cosa que haya podido ver en lo que llevo de año, al menos a nivel de las emociones cinematográficas más básicas. Si vas a violar las leyes de la física, si The Rock va a sujetar un helicóptero con sus propias manos, por favor hazlo de forma tan divertida como en Hobbs and Shaw.

Qué poca vergüenza lo del helicóptero, de verdad. Qué puñetera maravilla.

Esta es la película en la que eché de menos tener a un par de amigos al lado. Esta es la película que me hizo echar de menos la sala de cine. Esta es la película que salvó mi verano.

A la gente no le gusta el cine

Bueno, quizá la expresión no sea del todo correcta, y sólo quiera atraer un poco la atención. Quizá me acerque más a lo que quiero expresar diciendo que a la gente no le apasiona el cine.

Las cosas han evolucionado un montón estos últimos tiempos con el asentamiento de las plataformas digitales. El contenido nos sale por las orejas.

Aquí no hay Hulu, pero ya me entendéis de quién hablo.

Con la democratización de la web, la cantidad de información a nuestra disposición se hizo infinita. Y lo mismo le ha pasado a la cantidad de series, películas y documentales entre los que podemos elegir.

Pero así como disponer de todo el conocimiento al alcance de una búsqueda de duck duck go! (no uséis google, me cago en la leche) no nos hizo más inteligentes, el tener todo el audiovisual a nuestra disposición no nos ha vuelto unos degustadores del séptimo arte.

Lo cual me lleva a la afirmación de que a la gente, en general, (con el peligro que lleva generalizar, cuando uno tira de su entorno vital, físico y virtual, para hacer este juicio) el audiovisual le interesa lo justito.

Si no, a santo de qué iban a ser siempre Friends y The Office de lo más visto en Netflix, y La que se avecina iba a seguir petándolo en Amazon Video.

Creo que sería más honesto decir que en nuestro tiempo libre, lo que más consumimos es cine, o series, porque se han convertido en el entretenimiento más asequible en tiempos de crisis, primero, y en tiempos de pandemia, después. Pero… ¿apasionar?

Por poner un símil. Si a alguien le apasiona, por ejemplo, patinar, no se conforma con mantener el equilibrio y llegar desde su casa hasta la panadería. Prueba tablas, pistas, aprende ejercicios nuevos, indaga y lee revistas, ¿no? Quizá no todo le sirva, quizá no siempre aprenda algo útil, pero al menos investiga y sabe lo que pasa en ese mundillo, conoce a los skaters míticos, ve documentales, se interesa por la historia y la técnica.

Con el contenido audiovisual, algoritmo mediante, corremos el riesgo de dejarnos atrapar por la corriente de la uniformidad. «Si te gustó esto, quizá te guste aquello…» es una de esas trampas de las que deberíamos alejarnos, si realmente queremos afirmar que nos apasiona el cine. No te apasiona porque te dejes arrastrar en la vorágine del «reproducir siguiente capítulo».

Si simplemente usas el audiovisual como un entretenimiento, me parece genial, oiga. Solo que, entonces, este post no es para ti. Te voy a parecer un pedante. Eres de los que, al tener el patinete, lo usarán para ir de casa a la panadería. Quizá incluso a otras panaderías. Pero no te vas a lanzar escaleras abajo haciendo una pirueta.

«The Umbrella Academy», de Netflix.

No recuerdo en qué momento del confinamiento empecé a ver «The Umbrella Academy». Está basada en un cómic, con lo cual ya me interesaba, y la crítica la había puesto bastante bien. «Superhéroes raros» parecía ser la idea de venta.

Apenas pude acabar el primer capítulo. Los colores parecían ser los mismos de todas las producciones Netflix, con esa saturación y esos azules, esos desenfoques y, sobre todo, esa narración aburridísima. Algo que conseguí tolerar en «Daredevil» porque, de vez en cuando, un momento del guión te recordaba a los cómics de Frank Miller, y aguantabas un poco más por si había algún destello de genialidad más. Pero aquí no.

En las series de Netflix que he visto hasta ahora, esa maravillosa regla de la narrativa, que es llegar tarde y salir pronto, no se cumple. No he visto las producciones de David Fincher, así que no voy a generalizar. Pero en las series que me he encontrado, esa regla la patean por completo. Casi que entiendo que la gente vuelva a Friends una y otra vez.

Amazon Prime, por su parte, parece llena de series mucho menos publicitadas que las de Netflix, y que tampoco llaman mucho la atención. Mi sensación general es que un algoritmo se dedica a elegir series con giros «diferentes» y aparentemente «transgresores» para que piques y empieces a verlas. Sólo Fleabag y la Maravillosa Señora Maisel me han atrapado, pero tampoco es que tengan nada nuevo, más allá del potente protagonismo femenino. Son dos obras muy logradas, eso sí. Y la Señora Maisel, además, es un exhibicionismo de producción y dirección que te hace aplaudir cada dos escenas. Pero no creo que tengan nada nuevo. Entran dentro de ese algoritmo, que ahora, además, añade el componente femenino (¿y feminista, quizá?, no me atrevo a juzgar). Pero Shane Black ya estaba escribiendo películas con potentes e independientes protagonistas femeninas en los años 90, así que nada nuevo bajo el sol.

Pero volviendo al verano y a «Umbrella Academy«: sentí rechazo por lo que estaba viendo. Gente cruzando habitaciones, con música y atmósfera lúgubres de por medio, sin que aportara nada, solo alargar el capítulo. Me parecía una tomadura de pelo. Aguanté al final del episodio, por respeto, no fuera a equivocarme con la serie. Y no he vuelto a ver más.

A santo de qué viene todo esto.

En verano hice tope.

Miraba las plataformas y todo me parecía la misma cosa. Todo el mundo me recomendaba esta y aquella serie. Series que se consumían del tirón, en intensas jornadas de visionado. El ejercicio parecía ser siempre el mismo: dejarse atrapar por un contenido con un elemento diferenciador, una cosa de esas que «es mejor que no te la cuente, vas a flipar», maravillosos ejemplos todos de una artesanía que no creáis que no envidio, siendo profesional del audiovisual. Ojalá yo pudiera escribir los diálogos de «Fleabag», joder. Pero todo sonaba igual.

Y ya había visto demasiadas veces la escena final de «Vengadores: Endgame» el último mes. Quizá una vez al día.

Así que hice tope. Se me empachó la ficción.

Y me volví hacia la plataforma que sí creo que es para apasionados del audiovisual.

Porque en España, por un precio irrisorio anual, tenemos Filmin, ¿sabéis?

Es entrar y, como dice un amigo, «hay mucha buena mierda«. Donde en las otras plataformas la búsqueda se basa en encontrar algo que te llame la atención, en Filmin la búsqueda se basa en cuál de las películas es más la hostia. De las series no hablo porque estoy con «Halt and catch fire«, que no está mal, pero creo que entra dentro de esa corriente de «buenas obras de artesanía», solo que habla de los orígenes del ordenador personal, y por ahí me gana.

¿Pero, las películas?

No es sólo que se note que las sinopsis están escritas por apasionados del cine, es que las separaciones por colecciones que hacen los curadores de contenido son exquisitas.

Desde el verano hasta ahora, mi consumo de Netflix y Amazon ha bajado en picado, y ha crecido el de Filmin.

Hay de todo: películas que piensas que no van a ser fáciles de ver, y luego te sorprenden; clásicos de la comedia americana, esas obras sobre las que se cimenta la comedia moderna, y que ya en obras de hace 80 años tienen hallazgos que los más jóvenes del lugar ni soñarían que existen (porque si has visto «Luna Nueva», de Hawks, ya has visto de dónde maman todos. O casi); películas de Bergman que te harán pensar que van a ser una turra, y luego ves «Persona» y se te cae el alma a los pies.

Y si te tragaste ese tostón que era «El irlandés», estás más que preparado para ver cine de Yasujiro Ozu, muchacho.

Y si quieres flipar con un policiaco delirante, está «Sed de mal».

Sé que Netflix estrena dentro de poco «Mank«, lo nuevo de David Fincher, y cuando se estrene «Señora Maisel«, temporada 4, ahí estaremos, pero es abrir Filmin y….

Está todo ahí.

Roma

¿Te gustan los dramas? ¿Te gusta ver películas que tratan sobre gente sufriendo? A mí no. Tiendo a evitarlos. Comedia, acción, ciencia ficción, musicales… bienvenidos son. Películas en las que sabes que los protagonistas llegan al mundo para sufrir problemas realistas… bien lejos, gracias.

Así que, ¿por qué me iba a poner a ver «Roma«? ¿Una película de dos horas y cuarto, en blanco y negro, sobre la vida de una sirvienta en el México de los 70…?

Probablemente se deba a una conjunción de buen marketing, unos cuantos podcasts deshaciéndose en elogios y la posibilidad de verla en casa y no convivir con esa creciente falta de educación que detecto en los cines. Además, tras unas navidades de películas de presupuestos gordos y grandes aspiraciones comerciales, como que apetecía algo un poco más pequeño.

Al menos «más pequeño» en teoría, porque la cosa no deja de tener un ligero tufillo a producto perfectamente diseñado: película de director prestigioso, que tras arrasar en los Oscar con una película que me apostaría a que poca gente ha vuelto a ver («Gravity» sin el 3D es un poco del montón, ¿no?, ¿alguien se acuerda de ella?) regresa a una producción de perfil bajo, abiertamente artística y en su lengua materna. Un producto completamente anticomercial, protegido bajo el paraguas de una plataforma de streaming (necesitada de productos prestigiosos para demostrar que no sólo produce «Stranger Things» y similares), pero que no deja de ser una película para todos los públicos y bien sencillita en su argumento.

En la «Dirigido Por» de este mes hay un extenso artículo sobre la película, con entrevista al director incluída, y que da ciertas pistas sobre el germen de la historia. Recomiendo leerlo después de ver «Roma», para que la experiencia esté lo menos contaminada posible (y sobre todo porque te revientan los minutos finales).

Para mi sorpresa, este producto tan abiertamente ANTICOMERCIAL es una propuesta bastante blanda. Cierto es que hay ciertas desgracias personales, y algún momento duro, pero me da la sensación de que los momentos sórdidos de la historia están lo suficientemente dosificados para que no produzcan una incomodidad intolerable al espectador. Incluso el momento probablemente más triste de las andanzas de la protagonista, un plano secuencia que no detallaré para no dar pistas sobre la historia, está rodado de tal manera que uno no deja de ser consciente de que está viendo un esfuerzo artístico, un plano secuencia de gran complejidad, o cual te puede desconectar de la supuesta dureza de la historia. Realismo, sí, momentos históricos algo duros, sí, pero tampoco nos pasemos. (O quizá yo esperaba algo más duro, algo en plan Lars von Trier haciendo sufrir a Bjork en «Bailando en la Oscuridad«, no sé).

Alfonso Cuarón es un director impresionante, y lo demuestra en cada plano. Tras haberla visto una vez, estoy seguro de que volveré a verla. Hay tanto que aprender de cada plano, cómo encuadrar, iluminar y, sobre todo, coreografiar a un montón de personajes moviéndose en un mismo espacio, que un solo visionado no es suficiente. En la entrevista del «Dirigido por», Cuarón dice que daba instrucciones a los actores, individualmente, que a veces eran contradictorias, para así crear caos en el rodaje. Y me lo creo, porque cada vez que filma a los críos jugando en casa nos da una lección de realismo que da hasta un poco de asquito de lo bien filmado que está.

Las dos horas y cuarto, a pesar de necesitar subtítulos para entenderse bien, sólo usar música diegética y no hacer grandes alardes expresivos, se pasan volando. Se podría decir que la película es, aparentemente, lenta, pero el zorro de Cuarón no deja de inundarnos con información nueva en todo momento, a veces de manera casi desapercibida. Ojo a los diálogos, cada frase tiene algo. Esta película no puede verse con el móvil en la mano y dándole al whassap.

Se nos llena la boca llamando «obra maestra» a cosas diferentes que aparecen en nuestro radar cultural, y a «Roma» se le está aplicando mucho el término. Sí creo que es una interesante película, y que merece mucho la pena verla, más allá de condicionantes externos a la propia obra, pero no creo que pase a la historia del cine. El año pasado ya nos la coló Guillermo del Toro con «La forma del agua«, y este año lo parece estar haciendo su amigo Alfonso Cuarón con «Roma».

https://www.youtube.com/watch?v=fp_i7cnOgbQ

Aquaman

A Warner no le gustan los superhéroes

Anoche ví «Aquaman», y antes de ponerme a escribir sobre ella preferí dejarla incubar.

Cuando uno se da una comilona, y come con rapidez porque no dejan de sacarle platos, la cantidad puede producir una sensación de satisfacción engañosa.

Así que hoy, tras dormitar la película y revisar los posos que ha dejado, me doy cuenta de que no ha dejado prácticamente nada. Nada. Y aún así…

«Aquaman» me ha parecido la mejor película del universo superheróico de DC desde que empezaron con «Man of Steel» hace años ya. Ni «Justice League», ni «Escuadrón Suicida», ni siquiera una sobrevalorada «Wonder Woman» me parecen películas dignas de un segundo visionado. «Aquaman» juega en la misma liga, pero al menos no es pretenciosa ni juega la baza de tener una protagonista femenina para ganarse el favor del público. (En serio, «Wonder Woman» no pasaba de ser una película correcta, y a James Cameron le dieron cera por decirlo).

A Warner parecen no gustarle los superhéroes, o por lo menos al cerebro que toma las decisiones sobre las películas superheroícas no parece importarle el género. Allí donde Marvel está creando películas para sobrevivir al paso del tiempo, y que dentro de unos años unas cuantas seguirán mereciendo revisitarse, Warner está creando un Universo DC que, pasado el fuego de artificio de la campaña publicitaria, cuanto más lejos mejor. Películas chicle de usar y tirar. Personajes cliché intercambiables que sólo sirven a una trama, no son el motor de ella, y te importan un carajo. El Flash de la Liga de la Justicia era un petardo, sobre todo comparado con el de la serie de televisión, admitidlo de una vez… Oh, espera, no puedes opinar porque no te acuerdas de él.

Las decisiones de casting superheróicos en Warner son una castaña, mas allá de Henry Carvill. ¡Hasta Ben Affleck ha sido Batman! El exmarido de Jennifer López, por dios.

Como muestra un botón: según luce Aquaman en los cómics, el actor que hace de villano, Patrick Wilson, hubiera tenido un aspecto más apropiado para el personaje. Rubio, facciones agradables, buen actor… y Jason Momoa hubiera sido un malote, un villano de turno.

Pero los tiempos modernos demandan otra cosa. O eso debe pensar alguien en Warner. Así que ahí tenemos a Jason Momoa, simpático pero poco más, llevando el peso de una película que han definido como el «Blockbuster definitivo«, el estreno gordo de temporada que parece incluírlo todo. Está Avatar, Tron, El señor de los Anillos, Indiana Jones… Madre mía, hay de todo, y te lo van metiendo por el gaznate sin darte un respiro.

Por haber, hay hasta unos momentos de comedia romántica que dan verdadera vergüenza ajena, momentos entre dos personajes tan moñas y cutres que hasta Ernst Lubitsch ya huía de ellos cuando hacía películas hace casi cien años. Cien años. Y seguimos volviendo al «me tropiezo-casi me caigo- él me coge«. ¿En serio? Qué dice eso sobre la opinión que el director o el guionista o quien sea tiene sobre el espectador? Me dio la sensación de que lo que dice es: «Tienes diez años, físicos o mentales«. Hasta esa basura infecta que es «Venom» maneja mejor la relación entre los protagonistas.

Momentos que ofenden por ridículos pero que se olvidan fácilmente, porque enseguida la cosa se pone en marcha de nuevo, y hay explosiones, y tollinas bien repartidas, y todo muy bien rodado, oiga. Hay una escena en Italia que da gusto lo bien rodada que está, con persecuciones que se entienden y unos movimientos de cámara que molan. Aunque el mejor momento, el único poso que se me ha quedado, es el descenso a «la fosa». Ahí , con apenas música, y un sonido aterrador, el director saca músculo y nos da una escena memorable e inesperada para ser una película de superhéroes. Eso sí que me pareció oscuro de verdad. Y un indicio de que Aquaman tenía potencialmente dentro de sí otra película mejor que no ha podido ser. El océano da para contar historias oscuras y lovecraftianas, si te pones (incluso hay un guiño a H. P. Lovecraft ). Esperemos que en la ya anunciada secuela lo exploren un poco más.

El siguiente paso de Warner es hacer una película de superhéroes que apetezca volver a ver. Esperemos que con el fichaje de James Gunn, que tan bien lo hizo con sus «Guardianes de la Galaxia», la cosa mejore.

¿De qué iba Aquaman? Pues ya ni me acuerdo, la verdad. Habia muchos peces.

El regreso de Mary Poppins

Volví a ver «Mary Poppins» hace una semana, consciente de que es una película Disney de mi infancia y, por lo tanto, mi recuerdo de ella está distorsionado y, probablemente, enriquecido por la nostalgia.

Canciones, dibujos animados y Julie Andrews. Vale, estoy preparado. Supercalifragilísticoespialidoso. Vale también.

Dirigida por Robert Stevenson en 1964 (hace más de medio siglo, oiga), uno de los hombres de confianza de la compañía (su filmografía está llena de títulos de imagen real de Disney, incluída «La Bruja Novata«, otro de esos clásicos que cualquier día recuperarán), «Mary Poppins», la original, la película que según IMDB dura más de dos horas, se pasa en un suspiro. De hecho creo que IMDB debe estar equivocada, porque esa película no parece llegar ni a los 100 minutos.

Enseguida escribo sobre la continuación, pero dejadme explicar un par de cosas antes sobre la antigua, que me sorprendieron, y mucho, para bien:

Es rápida. Rapidísima. No se para a dar explicaciones (muy Mary Poppins), los personajes aceptan la ruptura de la realidad sin más ni más, el realismo mágico se lanza a la cara del espectador, y si no entráis al juego mejor abandonad la película, porque avanza sin miramientos. Los personajes van de una situación a otra con un ritmo que se me hizo modernísimo. No hay tiempos muertos, ni pausa para la reflexión. Al menos hasta el último tercio de la historia, cuando llega la parte dramática de los problemas laborales del señor Banks. Pero, ese momento aparte, hasta una película de superhéroes se esfuerza en ser más realista hoy en día (vale, sin contar «Aquaman«, sobre la que escribiré otro día).

Julie Andrews y Dick Van Dyke están impresionantes. Él puede resultar algo bufonesco, quizá sobreactuado, pero tiene un carisma inmenso. Y Julie Andrews, además de tener unas facciones perfectas, que transmiten mucho con muy poco esfuerzo, se mueve de una manera que te deja alucinado. El director ya puede mantenerla bailando en plano general lo que haga falta, porque es elegantísima. No recordaba que Julie Andrews se moviera tan bien. Él, además, parece de goma, hecho con efectos especiales.

«Mary Poppins» no es solo una película antigua y bonita de Disney, es una obra maestra llena de aciertos, con grandes actores y un guión muy divertido, que no ha envejecido nada mal (¡La madre es una sufragista! Ese tema, y cómo se trata la relación con su machista pero bienintencionado marido, me pareció un elemento algo subversivo para tratarse de, simplemente, una película infantil…).

Redescubrir «Mary Poppins» con los ojos de un adulto ha sido una sorpresa inmensa, dejando muy altas las expectativas a la hora de ver la continuación.


Así que, ¿qué tal «El Regreso de Mary Poppins«?

Dura algo menos que la original, unos diez minutos menos, y aún así parece más larga. Hay algún número musical que contribuye a que la experiencia sea un poco más densa, aunque eso parece una demanda de los estrenos gordos de hoy en día, que todos deben pasar de las dos horas, y además notarse. El espectador debe pagar una entrada más cara de lo que era hace unos años, pero se le compensa por ello en cantidad. Los números musicales de la original duraban lo justo, quizá hasta un poco menos. Aquí duran, o parecen durar, un poco más.

Como continuación han sido super-mega-increíblemente respetuosos con la original. Vistas con una semana de separación, se aprecia el esfuerzo de producción para que todo parezca una parte del mismo universo: los escenarios, la luz, el vestuario… Algo que a Disney se le da por supuesto, esa excelencia en los medios de los que disponen. Ese es uno de sus valores de marca. Lo damos tan por supuesto que puede pasarse por alto el talento que hace falta.

Igual que la original, arranca sin demasiada justificaciones. Así es el universo de Mary Poppins, y punto. Daba un poco de miedo que, como signo de los tiempos, intentaran justificar un poco más el elemento mágico. Pero no hace falta. Los guiones de las dos películas podrían haber salido de las mismas manos. Casi. Es una sensación muy gratificante, aunque habrá que ver cómo lo aceptan los críos de hoy en día, los que juegan al Fortnite y esas cosas que ya empiezan a escapársele a un señor mayor. ¿Podrá el poder de Disney lograr el consenso de diferentes generaciones? Está por ver, y tengo curiosidad por saber lo que piensa un niño de 10 años hoy en día.

Rob Marshall, el director, tiene cierto prestigio como director de musicales en teatro y cine, que para mí es capaz de lo mejor y lo peor (hizo «Chicago«, pero también «Nine«). Sus películas siempre lucen bonitas, sean buenas o no. Pero no me gusta nada cómo monta sus números musicales. Estamos ante un director moderno, que busca dar a su película un ritmo moderno, y eso al parecer implica montar con mucha edición, y mucho cambio de plano. Muy «videoclipero«, en resumen. «El regreso de Mary Poppins» abunda en esta característica.

Supongo que un espectador al que no le gusten tanto los musicales agradecerá esta edición acelerada, pero es que a mí me gusta ver a la gente bailar. Me hubiera gustado poder apreciar los numeros musicales, poder ver a Emily Blunt dar más de dos pasos seguidos en el mismo plano. Ver a esos faroleros bailar en plano general durante unos segundos más.

En el número musical de «No juzgues a un libro por su portada» (o como se llame en castellano) me preguntaba si en algún momento vería a Emily Blunt bajar más de dos escalones en el mismo plano, y creo que no pasa. La sensación con la que salí del cine es que no había visto a gente bailando de verdad, sólo teniendo unos espasmos muy rápidamente montados unos detrás de otros. Como si no se hubieran aprendido los bailes enteros, sólo lo que tenían que hacer en cada plano. En la original ves a Julie Andrews y Dick Van Dyke enlazar pasos de baile, ves a unos bailarines en acción. Aquí la sensación es la de ver a actores haciendo el esfuerzo de parecer bailarines tras unos meses de entrenamiento.

Excepto el caso de Lil- Manuel Miranda, el coprotagonista de la película, que goza de bastante fama en Broadway. El tío baila bastante bien y se lleva bastantes planos de la película. ¿La pega? No tiene carisma.

Lil_Manuel Miranda

Este señor puede funcionar como secundario, tener algunos momentos simpáticos, pero poco más. Es blando, anodino, y puede pasar tan desapercibido como unas canciones que funcionan bien pero se te han olvidado al salir. Ni siquiera la «Trip a little light fantastic» se te consigue quedar. Y no creo que sea una cuestión de que las de la original llevan años sonándonos, como he oído argumentar en algún podcast, y estas nuevas sólo han sonado dos semanas. Si una canción está bien se te queda al instante. Creo que la última gran canción de Disney ha sido el «Let it go«, que se te pegaba sí o sí, maldición. De estas nuevas ni una, sólo rascan algo de emoción cuando suenan notas del score original. Un esfuerzo notable pero no memorable.

Un actor con poco carisma, un montaje algo cansino y unas canciones simplemente funcionales son los únicos puntos negativos de una película que se agradece ver en el cine, que incluso recupera animacion tradicional (hábilmente mezclada con un disimulado uso del ordenador) y que tiene momentos tiernos, un buen guión, homenajes maravillosos al cine de Disney con el que hemos crecido varias generaciones y una Emily Blunt con actitud de «no hay otra actriz mejor para este papel«.

Y es que esta señora parece poder hacer lo que sea, y quien haya visto «Al filo del mañana» sabe a lo que me refiero.

https://youtu.be/o6u5-2CPHPc?t=85


En resumen: ¿Pasará a la historia como una gran película?. No lo creo. Disney está tirando de éxitos pasados para mantener en marcha su conquista de la taquilla (secuelas, versiones en imagen real…) pero ninguna tiene la suficiente entidad como para hacerse un hueco en la memoria del espectador. Aún así, ¿merece la pena verla en el cine? Por supuesto.


«Los Increíbles 2»

Decir que «Los Increíbles 2» era una película esperadísima suena a obviedad. Brad Bird , el director y guionista de la primera, dejó bien claro hace tiempo que habría secuela, pero que no tenia prisa por hacerla. Lo cual nos dejaba en el optimista territorio de «La hará cuando la idea mole, y si no, no«.

Partiendo de esto, y sumando el hecho de que sus otros trabajos como director han sido entre notables y sobresalientes: «Ratatouille», «Misión Imposible: Protocolo Fantasma» y «Tomorrowland«, no cabía esperar menos que una excelente película del verano. (Y antes de todas éstas ya había parido «El gigante de hierro«, la que quizá sea su mejor obra. Hasta Spielberg la ha homenajeado en «Ready Player One«)

Hablar de técnica en Pixar resulta hasta un poco cansino. Las escenas de acción son espectaculares, la iluminación te deja sin habla, y la expresividad de los personajes sigue yendo más allá cada vez. Hay un salto técnico impresionante entre la primera parte y ésta, separadas por unas cuantas películas y 14 años de refinamiento tecnológico. Lo del ceño fruncido de Bob Parr, Mr Increíble, es para dedicarle una sola entrada en un blog de animación. Qué expresividad, madre mía.

Las escenas de acción son vertiginosas, impactantes, mucho más allá del hecho que estén hechas por ordenador. Creo que sólo Misión Imposible puede superarla este verano en ese sentido. La habilidad de Brad Bird para «mover» la cámara y meterte de lleno en la acción es de aplaudir. Lo de Elastigirl deteniendo un tren en marcha es como para desear que este señor dirija alguna película de Marvel ya mismo, y de Spiderman a poder ser.

Pero si pudiera parecer que son las escenas de acción el fuerte de una película dedicada a personajes con poderes, ojo a la cantidad de tiempo que el metraje dedica a conversaciones entre personajes. Brad Bird no se corta un pelo a la hora de meternos en una discusión de pareja el tiempo que nos haga falta, o en una charla con tintes femenistas entre la protagonista y una empresaria. Las opiniones son adultas, las reacciones lógicas y los diálogos muy jugosos. Mucho más, creo, que en la primera parte.

Esto no quiere decir que la película me haya parecido mejor que la primera, si es que son necesarias ese tipo de comparaciones entre una obra original y su secuela.

¿Mejor? ¿Peor?. ¿Qué sentido tiene comparar experimentar una obra original a la que nos enfrentamos por primera vez, sin ideas preconcebidas, con experimentar una continuación a la que ya vamos con todo un ejercicio previo hecho? No estoy seguro de que sea un ejercicio muy fructífero, y casi que me parece más valioso comparar secuelas de películas diferentes entre sí.

Por ejemplo, enfrentar «Monstruos University» a «Los Increíbles 2«, puesto que me parecieron experiencias muy similares con respecto a las originales: secuelas apabullantes a nivel técnico, dignas secuelas en las que los personajes siendo fieles a lo establecido en la primera parte, pero en las que el mensaje queda algo diluído a favor de hacer algo más entretenido y menos denso. Tanto «Monstruos University» como «Increíbles 2» creo que siguen unos patrones similares, que incluso comparten con «Buscando a Dory«. Son secuelas notables, en las que se juega con personajes cuyas historias ya se contaron en unas sobresalientes primeras películas, y cuya vida se intenta prolongar algo artificialmente.

Eso no quiere decir que no haya un gran talento detrás, que lo hay y se nota. Pixar lo hace bien. Lo hace sólido. Merece la pena pagar la entrada. Es sólo que las experiencias resultan menos impactantes.

Por una parte, la película parece un poco fruto de su tiempo, con todo el tema de la reivindicación feminista por medio. (Muy bien llevado, eso sí). Y por otro lado, los personajes sufren una pequeña involución: «Los Increíbles» acababa con la sensación de que los superhéroes habían sido aceptados de nuevo por la sociedad, que la familia Parr por fin había recuperado su equilibrio y que serían felices para siempre combatiendo el mal como una familia unida.  Sin embargo, «Los Increíbles 2» se ve forzada a recular un poco para tener algo más que contar sobre esta familia. (Y no voy a dar más detalles para no reventar nada).

Cuando salí de ver la primera parte, la escena en la que Dash corre sobre el agua, su primera vez usando sus poderes sin reprimirse, se me quedó en la cabeza grabada. Hasta que pude volver a verla la semana siguiente y confirmé que se había convertido en una de mis escenas favoritas de la historia del cine.

¿Te suena exagerado?. No lo creo.

Ojo a cuando Dash abre los ojos, (minuto 2:48 del vídeo que enlazo abajo), la música baja y sólo oímos sus pies chapoteando, luego la música vuelve a subir y él se ríe, y acelera. Ojo a ese momento, porque lo tiene todo: no sólo es una escena espectacular a nivel técnico, cómo juega con todos los elementos visuales y sonoros. Además es un punto de inflexión en el personaje, su eclosión como superhéroe. La risa de Dash es puro gozo, y le confiere una vitalidad que resulta difícil de imaginar en un personaje generado por ordenador. Es un momento espectacular que además está cargado de significado. Resultado : se te graba a fuego.

https://youtu.be/xFRn5LfoSuU?t=50s

En la segunda parte he echado de menos algún momento así de memorable, por mucho que todo lo que tiene que ver con Jack Jack te hace troncharte de risa.  Los personajes no evolucionan tanto como en la primera, y tienen mayor peso las andanzas superheróicas. Se trata más de una sucesión de acciones espectaculares alternando con gags de la vida casera de personas con poderes. No estás tan metido en la psicología de los personajes,  no estás tan implicado con la situación de la familia Parr, por lo que resulta más fácil de olvidar lo que has visto a la salida del cine. Todo muy bonito, pero la película de referencia seguirá siendo la primera.

Aún así, lo que hace Brad Bird con esta secuela es increíble, claro.

El Hombre Hormiga y la Avispa

«Ant-Man» fue una película que no llegó con la mejor de las publicidades en 2015, puesto que el director inicial, Edward Wright, tuvo que abandonar el proyecto tras desavenencias con Kevin Feige y el resto de la cúpula de Marvel Studios.

Reemplazado por Peyton Reed, en principio un director menos respetado por el cinéfilo medio, nada hacía presagiar que el resultado final iba a ser una película entretenida y con personajes carismáticos, empezando por un Paul Rudd acertadísimo como protagonista. El resto del reparto, con Michael Douglas, Evangeline Lilly y, sobre todo, un Michael Peña divertidísimo, estuvo a la altura y dio un nivel mayor de lo esperado a lo que parecía iba a ser un componente más del grupo de películas fallidas de Marvel («Thor: el mundo oscuro», «Hulk» e «Iron Man 2»).

Michael Peña

«Ant-Man y la Avispa«, mezclando nombres anglosajones y traducciones de la forma más tonta posible, y repitiendo director y reparto, se sitúa unos años después de la primera parte, con Civil War de por medio, contando una pequeña historia, intrascendente y ligera, en la que la mayor apuesta probablemente sea la posibilidad de que Scott Lang (Paul Rudd) pierda la oportunidad de compartir tiempo con su hija. Si comparamos esto con el destino del universo puede parecer poquita cosa, y el insípido tráiler no daba tampoco muchas esperanzas. Hasta el momento Hello Kitty sonaba a repetición de uno de los gags más celebrados de la primera parte, con el trenecito de juguete gigante.

Imagen del primer tráiler de «Ant Man y la Avispa»

Y, sin embargo, esa falta de expectativas ha acabado jugando a favor de la película.

El resultado es una comedia con elementos fantásticos que combina un buen sentido del humor con unas escenas de acción bastante interesantes, en las que los juegos de cambio de tamaño son impactantes. Hoy en día estamos acostumbrados a ver cualquier cosa posible recreada por ordenador, así que, creo, la clave está en que te importe lo que está pasando y en dónde pones la cámara para mostrar esa «cualquier cosa posible». Y aquí se cumplen ambos requisitos con notable alto.

Porque Paul Rudd mola, eso es indiscutible. Un tipo de protagonista muy diferente a Steve Rogers o a Tony Stark, muy humano, muy «colega con el que te irías de fiesta«, el tipo que se arrastraba en «Virgen a los 40» echando de menos a un «amor perfecto» que duró dos meses.

«Virgen a los 40»

Y como Paul Rudd mola y es un personaje falible, del que te crees que las cosas le pueden salir, al menos, regular, te preocupa lo que le pase. Además, ni siquiera es el personaje que se lleva la parte del león en cuestión de efectos especiales y superpoderes, ya que la «Avispa» de Evangeline Lilly es quien realmente reparte una buena ración de tollinas en la película, y quien tiene las mejores escenas.

Qué bien está contado todo, con qué buen gusto y sin que la historia pierda importancia cuando entra en juego el departamento de efectos especiales. Ojo al talento que hace falta para hacer esto,  que puede pasar desapercibido.

Quizá en algún momento se eche de menos algo de personalidad, pero el clasicismo con el que está contada la historia se agradece. La acción se entiende en todo momento, y encima no roba protagonismo al constante tono de comedia y a unos secundarios en los que no voy a profundizar, porque resulta mejor ir reencontrando a los que vuelven y descubrir a los nuevos.

Esta película parecía que iba a ser una cosa pequeña, un aperitivo entre macro-estrenos de  películas de los Vengadores, y sin embargo ha resultado ser más grande de lo esperado. Creo que va a pasar como con «Ant-Man», parecía que no, pero cada vez que la empiezas a ver te la comes con patatas hasta el final.

Por si os quedan dudas y no la habéis visto, este tráiler moló más que el primero: